¡Esta
noche es Nochebuena, y mañana Navidad! Generaciones y generaciones de
españoles han cantado, tal día como hoy, los versos de ese sencillo
villancico que proclama la alegría de los cristianos ante el nacimiento
de Jesús.
Pero hoy no es sólo fiesta en los países de larga
tradición cristiana. Sin temor a equivocarnos podemos asegurar que la
Navidad es la fiesta más universal y que se celebra, de una u otra
manera, en todo el mundo.
Es verdad que algunos quieren
despojar a la Navidad de su inherente y evidente contenido religioso,
pero sus intentos hay que contemplarlos con cierta conmiseración, porque
pretender que la Navidad no tenga nada que ver con el nacimiento
(natividad) de Jesucristo es una bobada de tal calibre que no merece
siquiera ser rebatida. Un ejemplo de esto lo tenemos en esos laicos
fundamentalistas que han puesto el grito en el cielo, se han
escandalizado y hasta ofendido porque el presidente del Congreso de los
Diputados ha osado felicitar la Navidad y el Año Nuevo con una imagen
del Portal de Belén, con su buey y su mula incluidos.
Comprendo
perfectamente a los que no son religiosos y a los que no creen en la
divinidad de Jesucristo. Los comprendo y los respeto profundamente. Pero
que uno no crea en la divinidad de Jesucristo no quiere decir que no
festeje la Navidad, como lleva haciéndose en Occidente desde hace dos
mil años. Sin contar con que lo que comenzó siendo una fiesta de la
cristiandad hoy se ha convertido en una fiesta de toda la Humanidad.
Hay que tener en cuenta que nuestra civilización y nuestra cultura no
se entienden sin la aportación del cristianismo. Incluso la cultura y la
civilización de los que no creen en Jesucristo. Por eso, la Navidad es
una magnífica ocasión para reflexionar sobre algunos de los valores de
nuestra civilización que son herencia directa del mensaje de ese Jesús
cuyo nacimiento vamos a conmemorar esta noche.
Pensemos, en
primer lugar, en el reconocimiento de la dignidad esencial de todas las
personas. Porque, desde que Jesucristo dijo que todos somos hijos de
Dios, todas las personas tienen una dignidad que nada ni nadie puede
arrebatarles. Del reconocimiento de esa dignidad extraemos la
consecuencia de que todos los hombres somos iguales y ninguno es
superior a ninguno. Esto es así gracias al mensaje de Jesucristo.
Y el tercer valor que debemos al cristianismo es el amor al prójimo.
Los cristianos lo llamamos caridad. Y de ella proviene, aunque no
quieran enterarse algunos, la ahora tan citada y tan poco practicada
solidaridad.
Los que alardean de laicos, con frecuencia desde
las filas de la izquierda, deberían reconocer que muchas de las
aspiraciones que dice tener esa izquierda no son más que consecuencias
del mensaje de Jesucristo. Hasta el punto de que, con mucha frecuencia,
he llegado a preguntar por qué tienen tanto interés los políticos de
izquierda en erradicar el estudio de la religión cristiana de nuestras
aulas, si es precisamente en el cristianismo donde se puede encontrar el
mensaje más radical y profundo a favor de la igualdad, la dignidad y la
solidaridad entre los hombres.
Quizá sea porque en el
cristianismo está también implícito un mensaje de libertad, y eso de la
libertad siempre ha asustado mucho a los españoles de izquierda.
A todos, creyentes y no creyentes, y de todo corazón: ¡muy feliz Navidad!